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lunes, 5 de mayo de 2014

Ya que estamos hablando de ahorro a largo plazo ....

Ahorro colectivo o ahorro individual: una obligación o un acto de responsabilidad 

Escribe: Rosa Di Capua, Socia de Mercer:

No pasa ni un solo día sin que los titulares de los diarios nos alerten de la dramática reducción de fondos en las arcas de la Seguridad Social, especialmente agravada en los últimos años por haber acudido a ellas ejércitos de ciudadanos expulsados de forma temprana del mercado laboral. 

Se han anunciado y aprobado profundas reformas del sistema público de pensiones que ya han convertido en realidad el recorte más o menos severo de nuestra expectativa de pensión pública de jubilación. Y a pesar de que tantos y tan recurrentes son los avisos, todavía tenemos en España una escasa demanda de ahorro para la jubilación, entendido como el que se canaliza a través de seguros de vida, de planes de pensiones y planes de previsión social empresarial, planes de previsión asegurados (PPA) y Planes de ahorro sistemático (PIAS). 

Las investigaciones realizadas por la Fundación de Estudios Financieros sobre el “Ahorro Familiar en España” ilustran claramente que en los últimos 30 años se había producido un crecimiento desproporcionado de la inversión respecto al ahorro y ello ha generado la tasa de endeudamiento público y privado que estamos sufriendo hoy. 

Sin embargo desde el 2008, debido a una creciente incertidumbre en el empleo y de desconfianza en el sistema financiero, esta tendencia se ha invertido y el ahorro de las familias españolas ha empezado a crecer frente al consumo y a la inversión, especialmente en detrimento de la inversión en vivienda. Pero el ahorro de las familias españolas, cuyo patrimonio está poco diversificado (casi el 80% en inmuebles), ha buscado refugio en los activos financieros “clásicos” (depósitos y fondos de inversión) posiblemente atraído por tipos de interés elevados y olvidándose nuevamente del ahorro a largo plazo y de la necesidad de construir un complemento suficiente para la jubilación. 

Desde el año 1985 en el que apenas un 2% de los activos financieros de las familias españolas se destinaba a fondos de pensiones y seguros la tendencia había ido in crescendo culminando en 2002 con una punta del 16%. Sin embargo, desde entonces la tendencia se ha detenido y algunos años incluso invertido, manteniéndose estancada en esta última década. 

¿Por qué ese crecimiento y luego el parón? Creo que no me equivocaría si dijera que mucho tiene que ver con la política fiscal del gobierno de turno: no olvidemos que todos adoptamos decisiones económicas en familia y con Hacienda sentada a la mesa! De la misma forma que las deducciones en la compra de vivienda han estimulado la inversión en inmuebles de forma desmesurada, el tratamiento fiscal de los planes de pensiones había favorecido la elección de este producto de ahorro durante el tiempo en que se mantuvo “atractivo” (con reducciones, por ejemplo, para el cobro en forma de capital). Lamentablemente los cambios en nuestro marco normativo no han dado la estabilidad deseada al sistema y la política legislativa, con el pretexto de favorecer el cobro de rentas, en lugar de beneficiar a estas, ha penalizado el cobro en forma de capital, tanto en planes como en seguros. 

No es cierto, entonces, que los españoles no ahorramos: aun viviendo una difícil crisis económica y contando con unos niveles salariales medios muy bajos en comparación con otros países europeos, las familias tienen capacidad de ahorro (entorno a un 10% de sus ingresos dicen las estadísticas más recientes). ¿Pero por qué no ahorramos para la jubilación? ¿Por qué escogemos un depósito u otros productos financieros complejos que prometen altas rentabilidades y acaban generando un riesgo insospechado de no retorno? Cuando hablamos de ahorro individual para la jubilación y de lo que adolece, las respuestas, a mi juicio, se resumen en tres: 

  • Necesitamos fomentar desde las escuelas y las familias una cultura de la previsión a largo plazo y menos del “carpe diem”. Debería ser una obligación. 
  • Necesitamos maximizar el rigor y la ética en el asesoramiento financiero que se ofrece a las familias y adecuar el lenguaje al nivel formativo de sus destinatarios 
  • Necesitamos una política fiscal estable y alineada con el favorecimiento del ahorro finalista porque ello condiciona las decisiones familiares

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